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Los mensajes motivadores de Facebook: el rechazo oculto

Tiempo de lectura: 4 minutos

Veo en Facebook muchos consejos del tipo “ni un paso atrás”, “siempre hacia tus objetivos”, “conquista tu felicidad!”, luego miro a los maestros y a la gente que vive a gusto, en calma, y ellos simplemente ESTÁN. Ni luchan, ni persiguen, ni rechazan, ni se apegan, ni publican en Facebook sus logros, ni ponen fotos en paisajes exóticos o junto a grandes lujos para dejar claro que son muy felices.  Y es que no hay nada que demostrar cuando uno lo tiene integrado. Otra cosa distinta es compartir, pero se sabe cuando es cada cosa.
Uno podría pensar con son frases que sirven para darse ánimos, para superar situaciones difíciles. Pero no funciona. Nunca ha funcionado una comparación o una pose para sentirse mejor. Por el contrario suelen dejar un poso de culpabilidad, vergüenza e impotencia. ¿Será que más que motivar esos mensajes virales nos envían un mensaje de desprecio oculto? En realidad están diciendo, entre líneas, que así, tal cual somos, no valemos o no valemos lo suficiente. Son como un caballo de Troya. Abrimos las puertas del mensaje como si fuera un regalo, pero en su interior hay rechazo. 

Aunque bien intencionado y aparentemente tan inocente, muchos mensajes generan el efecto contrario al que pretenden. Muchas veces culpabilizan a la persona de su situación, dando a entender que no se ha esforzado lo suficiente, que no ha sonreído lo suficiente… Son mensajes que vienen en formato de consejo o exhortación. Circula bastante una frase, atribuida a Pablo Coelho, que explica la importancia de cerrar etapas cuando estas han acabado. Os obvio que deben cerrarse los procesos finalizados o aquellos perjudiciales, pero si no lo hacemos es por la dificultad que tenemos en asumir duelos y despedidas, en cómo el apego crea dependencias que, más que con la situación actual, revelan aspectos pasados no resueltos que proyectamos en el presente sin poder diferenciarlos ni asumirlos.
Algunos mensajes tienen un formato similar a los interiorizados de nuestra familia y entorno diciéndonos, seguramente con buena intención, cosas como «no llores» o, con menos cariño «a mi no me contestes!». Reprimimos así la tristeza o la rabia del niño. Nosotros, como seres humanos, necesitamos expresarnos, enrabiarnos, frustrarnos, llorar… Pero nos es más difícil sostener el dolor del otro que darles consejos para que lo pare. Con los hijos eso no es diferente.
Ayuda re-aprender que la tristeza, por ejemplo, es una emoción necesaria, una emoción básica, que lleva su tiempo, que viene a limpiar, y que si no le damos espacio seguirá ahí, oculta, bajo capas de indiferencia y control, pero ahí seguirá. Cuando recibimos esos mensajes bienintencionados o que vienen de la frustración del entorno, aprendemos a ir ocultando algo de nosotros y a desarrollar una actitud en la vida donde sentimos que una parte nuestra no es bienvenida. Y queda tan automatizado que, aunque queramos, nos resulta muy difícil cambiarlo o hacerlo sólo en situaciones muy concretas.
¿Cómo sería un acompañamiento sanador? Para mi sería algo así:

Quiéreme dejándome estar como me de la gana. No me des consejos si no te pregunto. Ponte a mi lado si quieres acompañarme, sin sacrificios ni esfuerzos. Si acaso, exprésame tu confianza en que puedo resolverlo. Dime: «No sé lo que estas pasando, me suena a algo que alguna vez he sentido yo, te acompaño desde ahí; si abro el pecho me emociono, me conmueve tu dolor, estoy contigo. Confío en ti. Todo irá bien. Y aquí estoy para lo que necesites». Con eso basta. Gracias.

Como decía Paniker «la paz no se da, la paz se recibe» y pasa lo mismo con la felicidad. La venta de la felicidad mediática y popular pasa por aplastar la tristeza, por rechazar el sentirse perdido, por darle la espalda al dolor… ¡Como si eso no formase parte fundamental del proceso, del encuentro, de la vida! ¿No será que la felicidad pasa, entre otras cosas, por dejarse uno tranquilo con lo que haya?
No importan los hábitos que tengas, por saludables que sean en su apariencia si te identificas más con lo que haces que con quien eres, si sientes que te me van a aceptar si dejas de hacerlo, que no eres suficiente, que no das la talla… Si es así, entonces en cada gesto te estás despreciando. En cada gesto, en cada movimiento, estás diciendo: «la persona que soy no basta». Esa lucha es demoledora, la lucha de tener que ser otro, una lucha contra ti misma. Y ningún logro externo calmará esa soledad o el vacío. ¡Cuánto cariño necesitamos de nosotros para nosotros mismos!
Es más sencillo darme una ducha, prepararme una buena comida, acostarme antes, sonreír y ayudar a los otros si me trato bien con lo que sea que me pase. Hay días que uno se levanta cruzado porque sí, y punto… Y cuando aparece esa aceptación, se abre el movimiento de la curiosidad del alma por aprender, la curiosidad del niño, sin comparaciones, sin buscar compensar nada ni huir de nada. Esa búsqueda es un movimiento de amor, el amor hacia la unidad, hacia el conocimiento y la creatividad.
De lo contrario, sin darnos la mano, censurándonos, todo es hueco, una lucha que lleva implícito el mensaje: no eres suficiente. Esa lucha no tiene nada de honorable.
Manuel Cuesta Duarte manuelcuesta@paziencia.com

Manuel Cuesta, soy terapeuta gestalt con consulta en Granollers y online. Dirijo Paziencia desde 2010. Ofrezco acompañamiento en terapia individual y de pareja, dirijo grupos de supervisión para terapeutas y grupos de terapia. Colaborador de Cherif Chalakani desde hace 14 años. He sido docente del Proceso Hoffman en España, dirigido grupos de hombres en movimiento y colaborado con diferentes escuelas de formación Gestalt y corporal.

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