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Para el día de la MADRE

Tiempo de lectura: 8 minutos

Mi madre no es una santa. Mi madre es una mujer normal y corriente. Como la tuya. Mi madre se llama Reyes. Reyes tiene sus defectos y sus virtudes como yo, como tu, como cualquiera. Reyes no se iluminó y trascendió el ego el dia que me parió. Ni Reyes, ni Catalina, ni Esther, ni Joana, ni Dolors, ni ninguna de las madres presentes. Ni tú, que eres madre, te iluminaste, ni tú cuando lo seas se te resolverán tus miedos y desconfianzas.

El amor de una madre a su hijo no es incondicional. El amor de un hijo a su madre sí, y aquí está el problema. Quizá cuando éramos pequeños nos parecía los más maravilloso que pudiera existir: mamá es el paraíso, el todo. Y eso parece ser que es necesario, pero que debe durar lo justo. La sombra tiene que manifestarse por algún lado, sí o sí. Revelarse es su naturaleza.

Si un hombre mira a su madre como una Santa, no es hombre sino niño, y probablemente idealizará a las mujeres cosificándolas, otros las verán como peligrosas o despreciables. Son una amenaza a su ideal de madre y a su propia condición de hombre. Si una mujer ve a su madre como Santa probablemente no sea una mujer sino niña, y se vea ella si misma insuficiente. Si la madre es intocable muy probablemente acabes llevando tu pasión por ella a otros territorios conceptuales como la patria (y cada uno debe investigar cuál/cuáles son sus patrias). Lo podrás saber si cuando la cuestionan reaccionas con la misma emocionalidad irracional que si insultasen a tu madre-mito. Puedes deducir lo peligroso que es esto. No sé cuántas guerras se habrán realizado en nombre de la patria. Las más frecuentes: las guerras de pareja.

Tengo suerte porque a mi, Reyes, me cae bien. Si no fuera mi madre igualmente me iría con ella a tomarme algo o de excursión por la montaña, incluso a hacer más de un viaje. o, mejor dicho, cuando voy a verla voy porque me cae bien y me apetece. Porque son dos cosas diferentes: que sea tu madre (el vínculo) y que te caiga bien (la relación). Diferenciar estos dos aspectos es necesario para no sufrir: vinculo vs. relación. La imposición familiar y cultural de que una madre lo sabe todo, que es quien más y mejor te quiere, y hay que quererla y aguantar cualquier cosa es una locura que nos infantiliza. Y, aunque parezca una paradoja, es gérmen del desprecio a la mujer.

La madre es una parte de la mujer. Y esta mujer puede caerte bien un tiempo y otro tiempo no. Puede ser una buena a amistad un tiempo y luego desvanecerse. Esa relación está en movimiento. Como te pasa con una amiga o una compañera del trabajo, o la pareja… Las relaciones mutan y eso es lo normal y sano.

En un nivel, tu madre siempre estará por encima de ti y es alguien a quien respetar y honrar, de quien tomar la vida que te dió y honrarla viviéndo esa vida como mejor sea para ti. Atreviéndote a atravesar los desafíos de la vida donde desarrollar tu potencial.

En otro orden, tu madre tienen un nombre y puedes relacionarte con ella desde ese nombre. Es posible que no te caiga bien, es posible que sea cargante, que abras los ojos y digas «no me puedo fiar de mi madre». Y quererla al mismo tiempo incluso mejor. Porque amar a los padres (como a cualquiera) sólo se puede hacer de verdad acogiendo sus dones y sus miserias reconociendo el bien recibido y el daño recibido. Y quererlos no es ser abnegados y cumplir con sus deseos. Amar a tu madre no es sentirte culpable si no le contestas el teléfono cada díao si no la llamas cada dos, si te vas a vivir a un poco más lejos de dos calles o si no vas cada domingo a comer a su casa, si te sientes en deuda y si sigues esperando en el fondo que te valide y te reconozca, que venga a salvarte el culo. y es una esclavitud para ambas partes.

La mujer que tiene descendencia tambien queda atrapada en el rol de madre. Nuestra cu,tura (no todas las culturas) propone la abnegación. La madre debe trascender lo humano. Debe ser dador infinita de amor, evitar la queja y la necesidad. ¡Cuántas mujeres se sentían culpables por el simple hecho de expresar que estaban agotadas por trabajar y crear a dos niñas pequeñas! Revisar y cuestionar esto es todo un reto.

Pasar de la fantasía infantil (infinita, sólida, impertubable, imaginaria) a la realidad del adulto (mutable, simbólica, finita, limitada y limitante) es una caída dolorosa que no sólo no nos enseñan sino que parece un atentado a una instución intocable como es la relación con la madre. Cuestionar esto parece un crímen que tendrá el castigo del destierro. Y da miedo, claro, porque es asumir que no hubo tanto como nos esforzamos en recordar. Permitir que se desvanezca el velo de una historia que nunca fue como la recordamos implica asumir un profundo dolor. Un dolor que de no asumirse nos lleva al sufrimiento, y que de abrirse plenamente a él nos libera. Será necesario asumir, entre otras cosas el dolor de que lo que no hubo ni lo hay ni lo habrá. Es un canto a la desperanza.

Ese paso asusta porque nadie lo hace, nadie nos ha enseñado, y uno intuye que abrir esa puerta al mundo implica asumir la orfandad, una orfandad necesaria. Un no saber. Un cambio de identidad. Una transmutación para poder pasar a un estadio de libertad y de amor mucho menos condicionante.

Una vez hecho eso, una vez retirado el velo, habrá madres que se revelarán insoportables y la relación cambiará, habrá distaciamiento, no desde el rencor, sino desde el autocuidado. Y habrá relaciones que eran distantes, siempre tensas y que se aflojarán y serán más fluidas y divertidas. Como pasa siempre cuando ponemos sobre la mesa lo que hay y no actuamos desde la culpa o la obligación. Será entonces que podremos ver que la madre de afuera tampoco es la madre de adentro, ni la madre del recuerdo. Podremos ver, ojalá, a la mujer que hay ahí y no a esa caricatura que tenemos interiorizada.

Siento que el mejor regalo que puedo hacerle a Reyes es reconocer su dimensión madre sin olvidar la mujer que es. Y honrar la vida que me dió viviéndola con la plenitud que mi proceso personal va permitiéndome acoger.
Me gustó ponerme delante de ella con curiosidad genuina. Yo no la conocía. Bueno, la conocía por lo que me habían dicho. Nos separamos cuando era muy pequeño y nos reecontramos más de 20 años después. Recuerdo el día que nos juntamos en una terraza y yo tenía ganas de saber de ella. ¿Quién era esta mujer? Esta pregunta es importante.

Porque la idea que madres e hijas/os se conocen bien es una quimera. Quizá por mis circunstancias de vida para mi se revelaba muy evidente. Pero no es diferente para quienes conviven a diario. Ninguno sabe bien del otro. En mi caso me encontré con una mujer muy interesante y diferente a la que me había imaginado: viajera, curiosa, con sentido del humor, muy pendiente de las personas… y también pesada, desorganizda, que siempre cree tener la razón, sufrida, y que respondía con preocupación cada vez que la llamaba (temía que algo malo había pasado).

Sigo descubriendo de ella más cosas a medida que pasamos tiempo juntos. Y nada tiene que ver con como la conocen sus hermanas y hermanos, como la conoce su marido, ni como la ven mis hermanas y hermano. Porque la familia no es la misma familia para cada uno de nosotros y creer que sí sólo puede distanciarnos. Aunque todos sepamos que le gusta ver FRIENDS tropecientas veces, la relación para cada uno de nosotros es diferente. La misma Reyes, y diferentes madres. ¿Cómo puede ser la misma relación si a mi me tuvo con 19 y a mi hermana pequeña 18 años después?

Pero una cuestión que pasa desapercibida en nuestra cultura es que no hay solo una madre. Han habido muchas mujeres y hombres que hacen esa función a lo largo de nuestro desarrollo. Es únicamente la mirada de nuestra cultura la que sesga la conciencia de estos afectos fundamentales: ocurren pero les ponemos límites por miedo a traicionar el mandato de que “madre no hay más que una” o “quien te va a querer más que tú madre”.

Una madre (y todas las personas que hacen esa función, consciente o no) es quien ayuda a desarollar y consolidar un vínculo natural con la vida y una confianza genuinas con uno mismo. Permite desarollar el derecho intrínseco a estar en este mundo con plenitud, sin sentir culpa ni deudas. Y siento que esa seguridad en mi, que tanto me ha ayudado, viene en gran medida de ella. Pero muchas veces la parte inmadura, imperfecta, humana de la mujer se entromete, se filtra, aparece, en esa función madre y nuestra confianza internas se ven afectadas, incluso la sensación de no saber qué hacemos aquí puede ser consecuéncia de esa humanidad que de niños somos incapaces de reconocer en ella y que llevamos hacia nosotros: como mamá es Buena si algo falla la culpa es mía.

Con la madre (igual que con el padre, pero hoy no es el día) hay muchos temas pendientes que de no tratarlos acaban pudriendo nuestras relaciones. Por eso honrar a la madre es también que tú asumas tu trabajo personal y dejes de pedirle, de reclamarle y de vengarte. Que dejes de seguir pretendiendo que te mire, te entienda o te exprese lo orgullosa que está de ti. Porque aunque lo haga no te será suficiente. Honrarla es tambien dejar de parapetarte dertrás de un supuesto amor incondicional mientras siguen pendientes dolores y rencores que de un modo u otro acaban saliendo contigo mismo/a en el maltrato a tu cuerpo, en las restricciones que te impones frente al placer, la sexualidad o el ritmo con el que asumes la vida; aflora también con tus parejas, hermanos o amigos y, sin duda, con tus padres de un modo u otro; en la relación con la naturaleza, con el planeta, con la vida.

Si tienes más de 21 años es hora de salir del huevo y de currarte la vida por tu cuenta física y emocionalmente. Aún más si tu madre es de esas que te dicen que no, que dónde vas a estar mejor que en casa o que tu eres su razón de vida. O si, aunque te diga lo contrario ves en su lenguaje corporal como le afecta cuando le hablas de tu partir, de tus sueños. Huye! no esperes más. Resuelve tus temas. Ella, si lo desea, tiene la capacidad de atender los suyos. Y vuelve luego, con nuevos recursos, con la distancia suficiente para verte y verla y, con curiosidad, preguntarte quién es, quién eres tú cuando la puedes ver desnuda. Conjugar esa doble dimensión de esa mujer, que es mujer y madre, y qué relación puede surgir de ahí.

Y aunque a ella también le asuste tu partir, porque seguro le confronta con sus temas pendientes, ningún padre ni madre en el fondo de su corazón puede ser feliz si sus hijos no son libres y capaces de vivir su vida. Pasar de la dependencia a la independencia para luego integrar una interdependencia que muta y danza.

Hay un momento en el que decir:

Lo que me diste lo recibo, lo que te di lo doy de corazón, no te pido más, no espero más. Ahora frente a mi eres dos: madre y mujer, y yo ante ti soy dos, hijo y hombre. Ya no nos debemos nada. Yo lo sé. Y esto abre mi corazón.

Esta mañana llamaba a mi madre nada más despertar para agradecerle que me pariese. Porque con 7mil millones de habitantes tener hijos no es una olbigación necesaria para la supervivencia de la especie y porque la dignidad y la plenitud de una mujer no depende de los roles que ocupe. Tener hijos es por voluntad. Y, además, no lo tuvo nada fácil. Cuánto se lo agradezco que quisiera, que quisiera tenerme. Y siento que, después de muchas batallas internas, es un agradecimiento limpio. Un agradecimiento que siento sin sacrificios y ofrezco sin deudas. Siento que así nos libera a ambos, que podemos crecer ambos en ese amor.

  • Imagen de portada: Têtte de femme – Pablo Picasso (1962). Picasso, dicho sea de paso, fue un genio que trató con violencia y desprecio a las mujeres de su vida. Parece, dicen, que su madre era de carácter fuerte, hasta colérico. Y que él la veneraba. ¿Qué pasaría con todo el enero y el miedo del pequeño Pablo que no podía expresar frente a su madre?. Es sólo una idea.
Manuel Cuesta Duarte manuelcuesta@paziencia.com

Manuel Cuesta, soy terapeuta gestalt con consulta en Granollers y online. Dirijo Paziencia desde 2010. Ofrezco acompañamiento en terapia individual y de pareja, dirijo grupos de supervisión para terapeutas y grupos de terapia. Colaborador de Cherif Chalakani desde hace 14 años. He sido docente del Proceso Hoffman en España, dirigido grupos de hombres en movimiento y colaborado con diferentes escuelas de formación Gestalt y corporal.

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