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Sobre la culpa

Tiempo de lectura: 3 minutos

La culpa tiene, como casi todo, dos polaridades: la angustia y la deuda por un lado, o mensajera de la compasión por otro.

Desde la terapia gestalt proponemos que la culpa es inversamente proporcional a la responsabilidad. Culturalmente quizá la definición más cercana de la culpa es de un sentimiento de deuda impagable (Nietzsche), o un conflicto moral interno (Freud) que lleva a la represión, parálisis y a la angustia, o a la ansiedad y la evitación. En la cultura en la que vivimos el catolicismo ha usado el miedo y la culpa como pesadas losas contra nuestro despertar. Esa culpa es a la que se refería Nietzsche. La que había recibido de su madre y de sue hermana. La que le atormentaba, parece. Esa que devora.

Alice Miller decía que mucha gente sufre toda su vida por ese opresivo sentimiento de culpa, el sentimiento de no haber vivido a la altura de las expectativas de sus padres y ningún argumento por si sólo puede superar estos sentimientos de culpa, pues estos tienen sus inicios en los períodos más tempranos de la vida, y es por eso que es un sentimiento tan intenso como inconsciente.

Un caso, uno de muchos

Un paciente empezó a hablar de su madre. Empezó a explicar que se sentía culpable. Como si hubiese hecho algo mal y tuviera que compensarlo todo el tiempo. Siempre estaba atento a lo que ella pudiera necesitar. Llegaba incluso a culparse por estar contento si sentía que su madre había tenido un mal dia. Nada le satisfacía. De pronto le vino una escena a la memoria. Estaba en la pubertad y su madre contaba a unas amigas, que habían venido de visita, como en el parto de su hijo «casi me mata», dijo, «20 horas me tuvo pariendo. No quería salir!». Lo decía entre risas.

Pero para ese niño la escena fue horripilante. «Sentí que por mi culpa casi mato a mi madre!». Al recuperar el recuerdo le pudo empezar a poner palabras a un sentimiento de culpa que le entró como una daga hasta el corazón. ¿Qué autoestima podría albergar esta persona en su interior? El trabajo llevó un tiempo, la terapia y el proceso Hoffman fueron clave, y quizá sea una de esas cosas que irá reviviendo con frecuencia, pero cada vez menos intenso, cada vez más sentido, cada vez más consciente, cada vez más amoroso.

Todo se cuece en la familia, sí. Pero la familia no está aislada sino en un barreño aún mayor que es lo cultural. La familia filtra, distorsiona, reduce o engrandece lo que hay en el medio. La familia ofrece su propia versión de la sociedad, pero no está aislada de esta.

En nuestra cultura la culpa es un elemento paralizante, una forma de manipulación que durante tantos años hemos recibido desde muchos ámbitos de nuestra sociedad: desde la religión a la publicidad, o desde nuestros propios padres que, de forma inconsciente, la usan hacia sus hijos como forma de control. Mientras que unos la niegan y reprimen, otros se zambullen en ella. Pero de un modo u otro es no hacerse cargo ni asumir lo acontecido. Incluso aquel paciente hizo un ritual simbólico para asumir lo que hubo y ya. Porque, como decía Miller, hablarlo no es suficiente ya que estas cuestiones suelen darse en edades muy tempranas. Aunque la escena que contó estaba situada en la pubertad, el sentimiento muy probablemente estaba de mucho antes.

Me llama la atención que en otras culturas la palabra culpa ni tan siquiera tiene traducción. Una forma de ir sanando ese elemento paralizante, es el perdón de nuestros propios actos (C. Rogers), reconocer que hicimos lo que supimos, aceptar la responsabilidad de nuestras acciones y… a lo hecho pecho (C. Naranjo). Las palabras de Guillermo Borja de que la culpa es una actitud infantil frente a nuestras propias acciones me parece importante.

Siendo adultos, el vivir en la culpa tiene un aspecto de goce, es decir, tiene una función que es a modo inconsciente, pretendidamente beneficiosa. Como un niño que no quiere crecer, que fantasea en que si asume lo ocurrido se muere, o quizá porque no es capaz de poner un límite donde anticipa que la relación con ese otro cambiará y perderá la promesa que algún día se dará lo que nunca se dio.

Para sanar la culpa, al igual que el perdón también ayuda la desesperanza. Mientras que la tradición judeocristiana sigue imponiendo un juez externo, la gestalt y la psicología humanista ponen a uno mismo en el centro: asumir las consecuencias de tus actos, no sólo es sanador, sino parte clave en el camino a la madurez.

Pero la culpa, en su justa medida, puede ser un termostato, una ayuda para calibrar nuestros actos, en comunión con la empatía. En mi caso la culpa me era desconocida. Al poder contactar con ella vi que me servía para regularme. Sentirme culpable por haber hecho daño a alguien me permitía conectar con el dolor de haber dañado, con la compasión. Esta es la polaridad que, sin ella, seríamos psicópatas. Esta culpa es aliada de la compasión. Por suerte.

Manuel Cuesta Duarte manuelcuesta@paziencia.com

Manuel Cuesta, soy terapeuta gestalt con consulta en Granollers y online. Dirijo Paziencia desde 2010. Ofrezco acompañamiento en terapia individual y de pareja, dirijo grupos de supervisión para terapeutas y grupos de terapia. Colaborador de Cherif Chalakani desde hace 14 años. He sido docente del Proceso Hoffman en España, dirigido grupos de hombres en movimiento y colaborado con diferentes escuelas de formación Gestalt y corporal.

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