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Benidorm Fest y los daddies

Tiempo de lectura: 4 minutos

Feminismo vs. industria

Ayer vi la final del Benidorm Fest, en la que se elegía el/la representante español/a en Eurovisión. Ganó una chica talentosa y atractiva. Su presentación, llena de clichés, me causó indiferencia. Curranta eso sí, que se desenvolvió medianamente bien en el escenario. Nada fácil. La canción, un pestiño, me recordaba a J-Lo antes de ser J-Lo, por allá en los 2000. Con una base y un estribillo que al final de la canción ya se me había olvidado. Sólo la recuerdo porque me acuerdo de J-Lo. Que esa sí se me quedó. La letra… luego hablo de la letra.

A la cantante, Chanel, no le costó reconocer que aspiraba a ser la nueva Beyoncé. Y se quedó tan pancha. Un bluf que no le atribuyo a ella sino a los redactores y productores que estén detrás de estos chavales inflándoles la cabeza. No quiero caer en la crítica simplona a esta chavala que me parece que tiene más talento que buen acompañamiento y que necesita más pedagogía que otra cosa.

No es una cuestión estética o de simple gusto musical lo que ha pasado aquí. Han pasado dos cosas más importantes: el qué y el cómo.

Fue «SloMo» la canción con la que compitió y ganó gracias a los jueces (supestos especialistas elegidos por… ¿quién?, con importante ingerencia extranjera incluida, a saber), que no por el público, quien apoyó más a Tanxugueiras y a Rigoberta.

Quedó claro que a los jueces no les importaba la música, como Rossell y Bertomeu no les importaba el futbol. La cosa era un fin para otra cosa.

La votación tenía tres partes y cada parte tenía un peso específico distinto en el cómputo global: jueces (50%), público en directo (25%, que votaba como en el primer OT, por SMS de pago. Ya digo, back to the 2000), y la consulta demoscópica… ¿? el 25% restante.

6 personas tenian la sarten por el mango frente a ¿cientos de miles?, habiendo vendido lo contrario. Si Rigoberta apelaba a Delacroix, y su «Libertad guiando al Pueblo» el jurado y RTVE estaban en un Back to the XVIII, donde Luis XV podía dar su OK al BeFest sin despeinarse un rizo.

Me fallaba Ines Hernand blanqueando la estafa. El festival se deshacía de un plumazo de la música y del feminismo, haciendo creer que el público tenía algo que decir. Tres por el precio de uno.

En fin, la cosa fue que el pastel estaba reñido entre tres mujeres: Chanel, Tanxungueiras y Riboberta Bandini. Y, no por casualidad, representaban dos modelos de mujeres, dos realidades, dos ideologías bien distintas: Chanel, lo de siempre, el machismo, el sexo malentendido (lo imaginario), y las gallegas y la catalana, lo real, el feminismo (lo simbólico).

Los interesados en lo imaginario, lo de siempre, en el producto hiperproducido, hueco y desechable, eligieron a Chanel. Ya digo que a los luises les gustaba lo que estaba pasando.

El resto, los cientos de miles, la gente de la calle, como tú y como yo, escogió a mujeres que traian una realidad que, una vez más, la industria desoye, pero que es mayoritaria.

Manuel Burque lo describió bien en un tweet: «Eurovisón para el pueblo pero sin el pueblo». Esa industria musical que busca imponer de siempre, pero de forma desmedida desde principios de los 90, una pseudocultura musical tan desechable como los condones usados.

Todo esto implica, por tanto, que haya por un lado Música y por otro lado productos musicales. Que exista lo uno y lo otro no sería un problema si no fuera que la industria usa lo último para copar el mercado, e impide que el gran público tenga acceso a la cultura musical rica y heterogénea que nace y se desarrolla aquí y allí. Y que tiene relación con lo que pasa aquí y allí. Y que lleva a que pasen cosas. Otras cosas. Que, por lo general, no sabemos cuáles son.

Recuperar el arte, la cultura, lo creativo, lo que nos lleva a lo que aún no existe, no es una cuestión secundaria.

La canción de Chanel será una continuidad no sólo de un producto estadounidense ya caduco y de baja calidad que no dejará huella alguna… sino tambien de la hipersexualización de la mujer, de ese movimiento hijo del patriarcado, que transforma en objetos sexuales a hombres y mujeres. Que simplifica y resimplifica las relaciones sexo-afectivas.

Será una mujer-producto la encargada, sin saberlo, de seguir desexualizando y cosificando a la mujer y, por tanto, tambien a los hombres. Porque si ella me tiene que dar el boom yo tengo que darle el zoom: «Let’s go! Llegó la mami. La reina, la dura, una bugatti. El mundo está loco con este party. Si tengo un problema, no es monetary. Yo vuelvo loquito a todos los daddies. Yo siempre primera, nunca secondary. Apenas hago doom, doom. Con mi boom, boom. Y le tengo dando zoom, zoom. Por Miami. Y no se confundan. Señora y señore. Yo siempre toy ready. Pa romper cadera, romper corazones. Solo existe una. No hay imitaciones. Y si aún no me crees, pues me toca mostrárselo. Take a video.» Esta es la letra de «SloMo» y esto es lo que representará a España en Eurovisión.

Mientras que Paula (Rigoberta Bandini) no podrá gritar con esa alegría, desparpajo, y sentido real de la cosa, delante del público internacional (sorprendenemte cada vez más joven): «Paremos la ciudad. Sacando un pecho fuera al puro estilo Delacroix. No sé por qué dan tanto miedo nuestras tetas. Sin ellas no habría humanidad ni habría belleza. Y lo sabes bien. Escúchame.».

Pero bueno, siempre nos quedará elegir… ¿no?

Manuel Cuesta Duarte manuelcuesta@paziencia.com

Manuel Cuesta, soy terapeuta gestalt con consulta en Granollers y online. Dirijo Paziencia desde 2010. Ofrezco acompañamiento en terapia individual y de pareja, dirijo grupos de supervisión para terapeutas y grupos de terapia. Colaborador de Cherif Chalakani desde hace 14 años. He sido docente del Proceso Hoffman en España, dirigido grupos de hombres en movimiento y colaborado con diferentes escuelas de formación Gestalt y corporal.

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