Gracias a un paciente que se va
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Hoy un paciente ha cerrado la terapia. Se ha ido. Y estoy triste. Se va por motivos ajenos a la terapia. Se va sabiendo que hay varios temas abiertos y pocos cerrados. Se va a pocos meses de haber empezado. Pero en ese breve tiempo sentí que se establecía un gran cariño hacia él. Su historia de infancia resonaba con la mía, una historia de violencia familiar desde niño. Su propio hermano mayor, con el que me sentía identificado, e incluso su padre, con rasgos similares al mío.
Veía su fragilidad y mi propuesta era simplemente el poder acompañarle en su cuidado, ver como por si solo se iba restableciendo la confianza en sí mismo y desde ahí poder acompañarse mejor, sostener sus heridas en lugar de temerlas, sentirse parte del mundo en lugar de huir de él, en lugar de temerle, y andar siempre alerta buscando evitar una posible agresión que nunca llegaba mas que en forma de pensamiento y fantasía catastrófica.
Nos despedíamos hoy con agradecimiento mutuo y sentía la emoción de la despedida. Me decía que en este tiempo no sabía de qué forma ni por qué, pero se sentía más tranquilo y sereno, su agresividad había bajado. Le miraba y su sonrisa era suave mientras lo contaba.
Personalmente esta vez no sentía que «se me iba» un paciente, como en otras ocasiones, donde lo vivía como algo personal y con cierto enfado el que un paciente dejase la terapia, prepotente de mi! Ocultaba mi propio duelo bajo ese enfado.
Me avisó por mensaje unos días antes de la sesión, me dijo que esta sería la última. Y en ese momento, al recibir el mensaje por sorpresa, lo viví con preocupación. Revisé las sesiones mentalmente por si hubiera podido «haber hecho algo mal». Le di unas vueltas pero no encontraba motivos suficientes, y entonces me di cuenta de que todo pensamiento simplemente tapaba el hecho de que me dolía y entristecía dejar de verle.
Como terapeuta, se me abrían dos duelos: el profesional y lo que, como persona, se estaba jugando (contratransferenciando) ahí. En este caso sentía el duelo de perder mi vivencia de hermano mayor, la que no pude ejercer en mi infancia y adolescencia.
Él conocía varios terapeutas y buscaba con quien trabajar, acudió a mi no por tener a nadie conocido en terapia conmigo, sino por un breve escrito que compartí sobre el dolor de la pérdida de mi perro y el dolor que me producía su recuerdo. Él empatizó con esa historia y me llamó. Así empezamos. Y hoy, cuando se iba, me venía también el recuerdo de mi perro y la historia que compartí. Triple despedida.
Me conmueve mientras lo escribo. Me conmueve también que me emocione así y siento también cariño hacia mi y el proceso hecho hasta llegar aquí y sentir lo vivido desde la apertura y lo amoroso.
Hay varios tipos de amor, y ningún amor es sano si es excluyente. La terapia, para mi, es una relación humana sanadora, y creo que una relación humana sin amor es una relación deficitaria. Todo esto es la terapia. Es en relación donde sufrimos las heridas y es en relación donde las podemos sanar (por eso un libro no basta). Creo que la relación en la terapia pasará por dejar de tener forma: a veces será dura, distante, limitante o firme, otras veces tierna y dulce, pero sólo tendrá sentido si soy capaz de estar presente y quitarme de en medio para que se de lo que sea necesario para el propio proceso del paciente, más allá de miedos y posturas aprendidas. Y, para mi, transparentarme (como en este caso) forma parte de ese echarme a un lado y aportar autenticidad a la relación, para que la relación se de y reordene por sí sola, que sea la relación el propio alimento sanador y no un esquema mental mio, más o menos consciente, de cómo tienen que ser las cosas.
Gracias a ti por tu confianza y entrega, y a todos mis pacientes con los que crezco y «decrezco» más de lo que a veces me doy cuenta. Gracias.