Me doy lo que aprendí, no lo que me falta
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Me doy lo que me dieron y lo que aprendí, no lo que me falta. Eso lo suelo pedir fuera, y me vuelvo exigente y me lamento cuando no lo tengo. En el momento en el que empiezo a aprender a dármelo a mi, me hago padre y madre de mi mismo, de mi niño interior. Ahí, empiezo a madurar sanamente, sin matar a mi niño, sino dándole su espacio y también el mío, el nuestro, un yo trino. Dejo de demandar a mi pareja, a mis amigos, me hago responsable. Y desde ahí, lo que recibo es un regalo. Algo se calma y crece en mi. Es el camino a la madurez. Salgo de la adolescencia, pues he atravesado el duelo, el adolescer, de dejar de ser niño y reconocerme sólo en este mundo, tal como vine, tal como me iré. Un estar sólo que nada tiene que ver con la soledad, sino con un reconocerme completo. Tampoco tiene que ver con un exceso de autosuficiencia, sino con un saberse parte completa de un todo mayor. Esto, es sólo un paso más.