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Dependencia, esclavos emocionales

Tiempo de lectura: 4 minutos

Quiero ilustrar este tema con un cuento que, si no recuerdo mal, Alejandro Jodorowsky publicó en uno de sus libros de recopilación de relatos, enseñanzas y sabiduría oriental:

Un sencillo maestro de un pueblo, de mediana edad, daba clases de filosofía. Sus ideas no eran profundas y su comprensión de la materia era simple. Nadie le tenía por un erudito y ninguno de sus maestros le destacaba por sus habilidades. Un año, pasado el verano, decidió dejarse barba. A los pocos mesessu barba era tupida. No paró atención en ello hasta que percibió cómo sus alumnos empezaban a prestarle más interés en sus clases. Por la calle las gentes le paraban y le pedían consejo. Algunos de sus maestros incluso empezaron a nombrarle y darle cuenta de sus ideas. «Que barba, que imagen tan solemne!» decían algunas gentes cuando le veían pasar. Incluso empezaron a visitarle gentes de los pueblos vecinos anticipando su sabiduría ante tal imagen.
Pasaron los años y su barba fue creciendo, así como su reputación. Sus consejos no eran especialmente sabios y, en muchas ocasiones, sus teorías se contradecían. Tanto fue creciendo la barba, que para no pisarsela, se cortó los pies.

La dependencia es, técnicamente, la subordinación a un poder mayor. Igual que nosotros dependemos del aire y de un sinfin de factores medioambientales, un niño depende de sus padres para sobrevivir. No sólo depende de que sus necesidades fisiológicas esten cubiertas (nutrición, descanso, limpieza, confort), sino también de que sus necesidades emocionales se vean compensadas. Cuando estas necesidades emocionales no se compensan de forma sana y equilibrada, el niño genera una carencia emocional, un desequilibrio. Esto es común a todas las personas sin excepción y es el origen del carácter o neurosis.
Una vez creado este caldo de cultivo, la sociedad y la cultura, a menudo, nos ofrecen una forma de compensar esa carencia con lo que llamamos «necesidades sustitutorias». En ese momento creamos una relación estrecha entre la carencia y la forma de compensarla y, en muchos casos, se genera con ello dependencia. Dependencia de ese elixir mágico y externo, que va a ayudarnos a mitigar ese dolor inconsciente. Como si fuese nuestra salvación, nos aferramos a parejas, formas de vida, creencias, hábitos y opiniones, formas de vestir y hacer. Curiosamente ninguna de estas cosas nos mitiga ese dolor original pero aún así insistimos, porque es nuestra única opción, lo que sabemos hacer como sociedad.
Sabemos que eso no es lo que necesitamos, nos distrae y poco más, pero creemos con benevolencia la cultura popular que nos dice que así son las cosas. Y queremos creerlo porque nos da miedo reconocer ese dolor, verlo cara a cara porque nunca nadie nos dijo que era normal y nunca nadie nos ayudó a superarlo y cuidarnos, sino a mirar para otro lado. De ahí viene el miedo, no creemos que haya otra forma de sanar nuestros problemas más que con la distracción y si alguien nos dice lo contrario desconfiamos.
Esto está tan arraigado hoy en día, en una sociedad tan volcada a la velocidad y el consumismo (consumismo de productos y estímulos) que miramos con desprecio y rechazo a la terapia y el proceso de terapia o incluso a culturas milenarias que enseñan la práctica de la meditación. ¿Cómo va a funcionar algo así? ¿Meditar? ¿Cómo va a funcionar algo que no es un medicamento, que se hace con los ojos cerrados, quieto y encima es gratis? Como dice Sogyal Rimpoché:  hay dos tipos de felicidad; una es cara, dura muy poco y a menudo cuesta mucho sacrificio. Otra es duradera, profunda, sencilla de realizar y además es gratis. Pero nosotros incluso somos capaces de generar guerras (o separaciones entre familiares, parejas o amistades) para proteger esa primera forma de falsa felicidad. De nuevo ahí aparece la dependencia, la dependencia de una creencia.
¿Cuánto tiempo más puede soportarse una situación tan absurda como esta? Una situación tan absurda como dolorosa y tan dolorosa como innecesaria.
Yo les digo a mis pacientes que estoy en minoría, en desventaja. Les digo que ante tantos estímulos externos, tanta publicidad y hábitos generados, tantas horas de trabajo y estrés, es dificil trabajar desde una hora semanal de terapia y que el cambio sea duradero si uno no se toma en serio que el cambio se produce desde la rutina y la continuidad. Por eso les doy ejercicio sencillos para hacer en casa, en sus ratos libres o incluso en el trabajo. Nuevas formas de ver el entorno, nuevas prácticas y sencillas ténicas físicas o de respiración.
Todos ellos siento que tienen verdadera voluntad de transformarse, de cambiar, de mejorar sus vidas y siento mi trabajo como un privilegio en ese acompañamiento. Pero aquellos que, además tienen una especial entrega y confianza en lo nuevo, su transformación es aún más rápida y profunda. Y saben que una de las primeras premisas es tomar responsabilidad de su vida y muy a menudo tomar responsabilidad es soltar la ilusión de control. Para mi, esta es la principal y más dañina dependencia.
Parafraseando una amiga:

Si un equlibrista busca mantener fijo su equilibrio se cae, por eso danza con el balanceo.

 

 

Manuel Cuesta Duarte manuelcuesta@paziencia.com

Manuel Cuesta, soy terapeuta gestalt con consulta en Granollers y online. Dirijo Paziencia desde 2010. Ofrezco acompañamiento en terapia individual y de pareja, dirijo grupos de supervisión para terapeutas y grupos de terapia. Colaborador de Cherif Chalakani desde hace 14 años. He sido docente del Proceso Hoffman en España, dirigido grupos de hombres en movimiento y colaborado con diferentes escuelas de formación Gestalt y corporal.

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