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La sabiduría de no esperar al último momento

Tiempo de lectura: 3 minutos

Un monje meditaba en un bellísimo templo de madera. Sus paredes estaban talladas y decoradas con dibujos y filigranas realizadas con las técnicas más virtuosas. Su altar, había sido enriquecido con múltiples reliquias, todas ellas muy bendecidas. Sobre este altar, un enorme Buda de madera inspiraba todas sus oraciones.
Un día de otoño, el viento movió las cortinas con ferocidad. Uno de los enormes cirios calló y empezó a prender el suelo y las paredes del templo. El monje, quien meditaba profundamente, tardó varios minutos en percatarse del incidente. Al abrir los ojos vio que el fuego se habia extendido rápidamente por paredes y techos.
Como acto reflejo, envuelto por las llamas, cogió al enorme Buda de madera. Con una fuerza sobrehumana, lo colocó sobre su espalda. Sus rodillas temblaban por el peso, sentía los músculos a punto de desgarrarse. El humo empezaba a asfixiarle, pero nada podía desanimarle en su deseo de salvar al Buda de tal infierno.
Caminó todo el templo hasta la puerta que se encontraba en el extremo opuesto al altar. Las vigas de madera empezaron a caer sobre él, los crujidos de la madera anunciaban que el templo poco aguantaría en pie. Debía darse prisa.
Al llegar al umbral de la puerta sintió que por fin esa agonía estaba a punto de acabar, asfixiado por el humo, quemado y lastimado, el monje estaba a punto de conseguir su proposito.
En ese momento se percató que el Buda era mayor que el ancho de la puerta. No podía pasar. Cuando entendió eso, lo dejó caer y salió del templo sonriente.

¿Cuántas veces nos hemos preocupado por algo de forma innecesaria? ¿Cuántas veces hemos sostenido un peso que no era el nuestro? ¿Te sientes atrapada sosteniendo una responsabilidad que no es la tuya? Muy frecuentemente, la culpa (disfrazada de responsabilidad), el sacrificio (disfrazado de bondad y altruismo) o el apego, nos hacen vivir situaciones en las soportamos un enorme peso. Un peso que cada vez nos hace más infelices, nos envejece y quita la alegría de vivir.
La puerta del cuento podría ser un momento de crisis. Dicen que quienes tienen experiencias cercanas a la muerte vuelven con una energía renovada y viven la vida sin preocuparse de lo que no es necesario, sonrientes, sin lastres innecesarios.  Quizá la sabiduría reside en no esperar hasta llegar a la puerta para darte cuenta que no necesitas recorrer toda la vida con algo que no es tuyo o que en algun momento lo fue, pero ya no.
Esos años de sufrimiento no son necesarios. Muchos pacientes se preguntaron porqué no empezaron antes la terapia. Uno demora cualquier actividad que le puede gustar sin un motivo claro aparente. ¿A qué esperas para empezar a ser feliz?

«Los niños temen la oscuridad, pero los adultos temen la luz».
Nelson Mandela

Es posible que temamos ser felices. Quizá porque no se nos enseñó y pudiera parecer que no es para nosotros; incluso alguien podría sentir que traiciona a sus semejantes en ese camino de búsqueda. Pero nadie es capitan de tu barco mas que tu, nadie sabe como tan bien como tu qué es estar en tu piel, sentir lo que tu sientes. Tu tienes el timon de tu vida y quizá llegue el momento de soltar lastre, de soltar preocupaciones, miedos, sensaciones, cargas, expectativas y situaciones que se repiten una y otra vez. La incapacidad de poner límites, engaños, chantajes… uno quizá no sabe como llegó ahí. Pero se puede cambiar.

Es hora de dejarse de buenos propósitos, intenciones y temas pendientes. El momento es ahora.

Manuel Cuesta Duarte manuelcuesta@paziencia.com

Manuel Cuesta, soy terapeuta gestalt con consulta en Granollers y online. Dirijo Paziencia desde 2010. Ofrezco acompañamiento en terapia individual y de pareja, dirijo grupos de supervisión para terapeutas y grupos de terapia. Colaborador de Cherif Chalakani desde hace 14 años. He sido docente del Proceso Hoffman en España, dirigido grupos de hombres en movimiento y colaborado con diferentes escuelas de formación Gestalt y corporal.

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