Sobre las crisis de ansiedad (I)
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Lo que experimenta una persona al vivir una crisis de ansiedad es difícil de comprender por alguien que no ha sufrido ninguna. Por eso también se da cierta complicidad entre los que sí la han vivido.
Cuando se ha vivido una crisis de ansiedad (o ataque de pánico), la probabilidad de que le sucedan otras es muy alta. Sin embargo, la primera es, si cabe,la más desconcertante y angustiante. Viene como «caída del cielo».
Los síntomas más frecuentes son: taquicardia, sensación de asfixia y sensación de desfallecimiento. Además, ocurre algo que aumenta la intensidad de dichos síntomas: la persona cree que se está muriendo, que le está dando un infarto o que se está volvienda loca.
Debemos comprender que, a pesar de lo irracional de los pensamientos, la persona realmente lo vive así; es por ello que el nivel de angustia experimentado es máximo.
Se da entonces una lucha interna por suavizar esos síntomas. Todo es en vano. El corazón y la respiración no obedecen.
Son, sin lugar a dudas, unos minutos infernales (las crisis normalmente oscilan entre 3 y 10 minutos).
Esta primera crisis marca un antes y un después en la vida de la persona afectada. Dependiendo del curso que siga a esta crisis de ansiedad -pueden ser con o sin agorafobia-, y de otras circunstancias -recursos de los que se dispone tanto internos como externos así como el momento vital por el que se esté pasando-, las implicaciones serán unas u otras, y deberán tratarse con un adecuado acompañamiento psicoterapéutico.
Lo que sí va a quedar es un temor a que se repita. Se tenderá a interpretar una ocasional palpitación con un inicio de crisis, por ejemplo. Aquí es dónde se hace muy necesario un diálogo interno positivo: el tipo de pensamientos que la persona tenga ante esos síntomas, va a marcar la diferencia.
Otro detonante que puede iniciar una crisis tiene que ver con lo siguiente: ante la aparición de los primeros síntomas, la persona se puede decir «no, ¡ahora no! ¡No es el momento!», lo que dispara el conflicto interno, la tensión, la sensación de aprisionamiento. Por tanto, es importante el poder darse permiso a estar con lo que uno esté, no querer evitar los síntomas y, sobretodo, aprender a respirar…
En mi experiencia clínica he podido comprobar que un factor que intensifica las crisis es la profunda falta de confianza en uno mismo y en el entorno (en el que no podemos «dejarnos caer» porque no nos van a sostener).